Hemos de vivir la misión siendo ante todo misioneros de nosotros mismos. (…) No podemos llevar nada, no podemos salir, si no hemos ido primero hacia nosotros, hacia lo más profundo de nosotros mismos, donde podemos encontrar la presencia de Dios, la presencia de Cristo que nos salva del miedo, de la muerte, de las dudas, de la incertidumbre. No es un camino fácil, pero si encontramos la presencia de Cristo en nosotros mismos, entonces sí nos convertimos en misioneros de lo que es verdaderamente importante: de una vida de amor, de un bien que está fundado en el amor que Dios tiene por nosotros en Cristo, a través de la gracia del Espíritu Santo.
El desafío es el mismo de siempre: dar un sentido profundo a la existencia, a la vida cotidiana; un sentido de Dios y no sólo de fatalidad. Un sentido para comprender el don que se nos da cada día a pesar de las dificultades, a pesar de los sufrimientos que forman parte de la vida. Y esto nos enseña la gente aquí (Siria); nos asombra cómo viven la vida y la muerte como recibidas de Dios.
El Papa habla del sacrificio de la Cruz, es allí que se cumple la misión de Jesús y ahí está el desafío, el corazón del anuncio, de la misión. La misión es proclamar el Evangelio y el Evangelio es la proclamación de la muerte y Resurrección del Señor. ¡Esto es evangelización, esta es nuestra misión!
La situación creada por el virus puede abrirnos los ojos de no estar fundamentados en la esperanza real de que la muerte ha sido vencida para siempre. Abrir los ojos ante este miedo que invade nuestros corazones. Esta situación ha de hacernos testigos de la victoria de Cristo sobre la muerte.
(Hna Marta Fagnani, Superiora del Monasterio Nuestra Señora Fuente de Paz, SIRIA; Revista Arantzazu #Enero 2021)
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