El otoño se instala en los paisajes lebaniegos, toda la gama de colores anuncia la sinfonía de la naturaleza entre estas enormes montañas. El Santuario de Santo Toribio toma entonces una cadencia tranquila. Llegan algunos peregrinos enfrentados a las privaciones pero compensados con el camino de su fe personal, están como en casa, en su casa. Pasean sin prisa y acuden a la misa diaria en la Capilla del Lignun Crucis, una atmosfera de paz envuelve los días, se transmite y se nota, se despiden con sonrisa prometiendo volver, como los pequeños petirrojos invernales que cada temporada, fieles a su lugar de protección, siembran de color y alegría con sus movimientos y voces, todos los rincones de este hermoso Monasterio. (Marga Pereda)
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